Así es la vida, en el Teatro Nacional Cervantes



La puesta dirigida por Santiago Doria revitaliza un género que cuando encuentra el registro adecuado hace lucir a los actores y festejar al público. Con excelentes actuaciones y escenografía de lujo.

Por Teresa Gatto

"Sueño de juventud 
que muere en tu adiós, 
tímida remembranza 
que añoraré, 
canto de una esperanza 
que ambicioné 
acariciando tu alma 
en mi soledad"

Sueño de Juventud E. S. Discépolo

Costumbrismo, desgastado término para señalar un género "considerado", por algunos, menor. Vinculado al realismo como contrapunto de lo que no es. Se habla de costumbrismo advirtiendo que realismo pinta una sociedad para señalar y cuestionar modos de hacer, mientras que el relato de costumbres sólo retrata sin problematizaciones. Un mero reflejo.

El caso es que Así es la vida, catalogada como una obra costumbrista, de Nicolás de las Llanderas y Arnaldo Malfatti, cumplió 80 años de vida. Escrita y estrenada en 1934 por la compañia de Enrique Muiño, tuvo versiones teatrales y cinematográficas. Y, gracias al costumbrismo que no es, a la postre, eso que bizarramente aparece algunas ficciones de la TV, sino el modo en que se logra poner en escena un modo de vivir, de asediar los sentimientos, las costumbres y los hábitos de aquellos que a principios del Siglo XX, tuvieron una vida con todas las vicisitudes de su tiempo y su horizonte, también en ocasiones alcanza enorme lucimiento.

Así, la puesta de Santiago Doria, con los protagónicos de Roberto Carnaghi, Rita Terranova y Mario Alarcón, y Malena Solda y los co-protágonicos de Emanuel Duarte, Esteban Meloni, Marcelo Minnino, Salo Pasik, Néstor Sánchez, Alfredo Castellani, Julio Viera, Felipe Colombo y Gabriela Blanco, consigue un logro de puesta en escena y actuaciones que brilla en el Teatro Nacional Cervantes, que es, naturalmente, el ámbito ideal para llevar adelante espectáculos teatrales de este tipo, con elencos numerosos, aceitados y que consiguen el registro adecuado para una nada fácil salida a escena.

Todos los actores se desempeñan con soltura y organicidad. Coadyuvados por la multiplicidad de signos que se suman al texto espectacular, una escenografía que logra en cada acto reflejar las tres décadas que transcurren en el seno de esta familia de clase media, a la que René Diviú le engalana el espacio escénico con un exterior y un interior con el mismo soporte giratorio que habíamos disfrutado en el Conventillo de la Paloma.

El vestuario, diseñado por Alicia Gumá, acompaña la historia con milimétricos y respetados cambios que van desde el largo de las polleras y los cuellos de las jóvenes en 1905, junto a los cambios en las damas y los caballeros que el paso del tiempo, 1916 y 1934 trajo junto a otras novedades.

Los cambios de acto y de tiempos, son acompañados por un lujo de diseño gráfico y audiovisual compuesto por telones que muestran icónicas las novedades, aquellos primeros reclames de las grandes tiendas, el "geniol" y tantas otras cosas que el devenir fue trayendo como los cambios en las calles,  el crecimiento de la ciudad, la nueva urbe tecnológica de aquel momento y que son un placer para llevarse en la retina.

Amores que no se concretan por diferencias ideológicas que acompañan diversidad de creencias religiosas. Apogeo familar que se va desmembrando no sólo con el paso del tiempo sino con el cambio de costumbres. Puntillosos detalles que van desde la puesta de la mesa para una cena hasta la vajilla con la que se sirve un consomé, completan junto a la música de Gaby Godman, un todo amalgamado en que los actores se mueven como peces en al agua porque el texto les pertenece, no lo recitan lo experimentan, entonce Rita Terranova, saca a relucir esa formación y oficio que la hace la madre ideal de aquellos tiempos, las jóvenes se revolucionan y andan de corrillos con la llegada de los muchachos y los hombres como Carnaghi y Alarcón le sacan lustre a los diálogos hilarantes que el texto posee sin un gesto  de más. Sus subjetividades pertenecen a esas 3 décadas de los albores del Siglo XX, pasando por el Centenario de la Revolución de Mayo y llegando a mediados de los años 30 cuando el tango ya no es música de malevos y compadritos.

Los teatro oficiales nacionales, tienen la gran responsabilidad de ser didácticos en términos de llevar a escena los clásicos de nuestra lengua que el gran público no debería desconocer. El Cervantes se viste de fiesta para que haya 4 subidas de telón en la función de prensa del 16 de octubre próximo pasado y uno salga reconfortado, porque las vanguardias, los raros peinados nuevos, la experimentación y perfomance son agradecidas siempre. Pero lo nuestro, lo que nos representa en la Historia y habla de esa otra historia, la del Teatro Argentino, debe ser asumido con responsabilidad e idoneidad y Doria y elenco salen mucho más que victoriosos cuando un joven de 18 años, sentado a mi lado, se ríe como si escuchara las historias de sus tías y abuelos. ¿O acaso no somos lo que el pasado ha hecho de nosotros?

O tal vez somos la posibilidad de modificarlo en el presente, pero nuestros pretéritos, están plagados de historias de amores fallidos, de nuevas generaciones que no se permitieron defeccionar en el amor y por supuesto, una argentinidad que aflora siempre.

Ficha Artístico/Técnica

Autores: Nicolás de las Llanderas, Arnaldo Malfatti
Intérpretes:Mario Alarcon, Gabriela Blanco, Roberto Carnaghi, Alfredo Castellani, Felipe Colombo, Paloma Contreras, Emanuel Duarte, Celeste García Satur, Mariano Mazzei, Marcelo Mininno, Salo Pasik, Néstor Sanchez, Malena Solda, Rita Terranova, Julio Viera
Vestuario: Alicia Gumá
Escenografía: René Diviú
Iluminación: Leandra Rodríguez
Música: Gaby Goldman
Asistencia de dirección: Ana Calvo
Producción: Yamila Rabinovich, Ana Riveros
Dirección: Santiago Doria

Funciones:TEATRO CERVANTES
Libertad 815 (mapa)
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Teléfonos: 4816-4224
Web: http://www.teatrocervantes.gov.ar

Entrada: $ 60,00 - Domingo - 20:30 hs - Hasta el 30/11/2014 
Entrada: $ 60,00 - Jueves, Viernes y Sábado - 21:00 hs - Hasta el 30/11/2014

Ceremonia – Circo Negro- por Teresa Gatto