La ascensión al cielo de un tal Pérez con su Pollo

 



En su tercer estreno en nuestro país, el brasileño más argentino, Leo Mendonca, presenta"El día que Osvaldo entró al cielo con un pollo" codirigido por Sebastián Irigo en Espacio Callejón (Humahuaca 3759).

Por Flor Calvo

 

Entramos a la sala. El espacio bañado de luz  predominantemente blanca se nos presenta como el living de una casa. En el medio, vemos un ropero de madera ordinaria. A la derecha una mesa con un teléfono y una silla. A la izquierda, un sillón simil cuero de un rojo furioso. Se acerca a proscenio un hombre vestido de negro. Lleva en su mano una guitarra. Comienza a “c@ntarnos” (permítase el neologismo) la historia de Osvaldo. Luego veremos que a lo largo de la hora de espectáculo, será algo más que el presentador de esta historia y el maestro de ceremonias. Entonces nos contará de la mala suerte que siempre ha acompañado a Osvaldo. Sobre su fealdad. Sobre su mala suerte. Sobre que fue abandonado al nacer. Sobre las 28 veces que fue atropellado en un mismo mes. La única felicidad de Osvaldo al presente, es la espera de un colchón de resortes, su sueño de siempre, que implicó 48 cuotas pagadas a término y que nunca le entregaron.

Luego de tamaña introducción, el espectador intuye le espera ser testigo de un destino tragicómico ante tanta desaveniencias juntas padecidas por un mismo individuo. Pero lo más llamativo de nuestro protagonista y lo que genera ese sentimiento, mezcla de ternura, repulsión e hilaridad, es la relación que tiene con su pollo Lily. El estatuto de personaje de Lily funcionará como coequiper de Osvaldo en la situación cómica de la obra. Henri Bergson, considerado como el mayor filósofo francés de la primera mitad del siglo XX, desarrolla en su ensayo La Risa dos hipótesis que pueden servir de sustento a la existencia de Lili en la vida de este desgraciado. La primera es la que define al hombre como un animal que tiene la capacidad de reír. La segunda, que el Hombre podría ser definido como un animal que tiene la habilidad de hacer reír dado que, si la situación fuera a la inversa, y fuera un animal el que tuviera la capacidad de generar comicidad, sería sin dudas por la semenjanza que guardaría éste con el Hombre. No ampliaremos aquí mucho más, dejando en suspenso e invitando al espectador a que se anime a espiar el mundo osvaldiano.

“No estar dentro de los cánones de la sociedad” parece ser una de las problemáticas que lo merodean, hasta que un día su vida da un golpe de suerte, según el presentador de gorro y vestimenta negra que como un Dios Epifánico (¿por qué no un Dioniso Redivivo?) se nos aparece cantando y riendo frente a nuestras narices. Osvaldo asciende al encuentro con personajes celestiales que lo interpelan y parecen quitarle la soberanía que nunca tuvo. Justo ese día resulta ganador de un billete de lotería. Podríamos pensar que ha sido la espera infinita de Osvaldo la que acaba con Él. Pero un cierto aire existencialista sólo nos remarca que no es la espera el fin sino el medio.

A Osvaldo estos encuentros celestiales parecen querer darle respiro para luego otorgarle lo absoluto: La Sentencia. Lo intentan una y otra vez. Y lo logran en un ser alineado y deserotizado de y en los vínculos con un Otro. Hasta que el pobre Osvaldo habla y lo vuelven a callar. Pide hablar con la máxima autoridad y lo condenan a esperar y contentarse, como aquel hombre que llega a las puertas de la Ley en aquel famoso cuento de Kafka.

Son los agentes de la imposibilidad un ángel andrógino y falto de escrúpulos, más cercano a un bufón que a un bienhechor de los cielos, y una empleada pública que, conforme a procedimientos burócraticos, debe admitir la migración de Osvaldo de su living a las puertas del cielo o el infierno cargada de una sensualidad más cercana a la figura de un daimón que de una servidor adivina. ¿Qué cómo llega Osvaldo hasta aquí? Es su mala suerte la que lo ubica ante las puertas de un cielo del que en sucesivas oportunidades se verá expulsado sin tener realmente certeza de cuál es la verdadera muerte: la de vivir o la de morir. Bien avanzado el espectáculo veremos que la verdadera muerte de Osvaldo es la deslegitimación de sus actos y de sus sentimientos frente a los hechos y personajes que lo abordan.

Es aquí donde el autor Leo Mendonca juega la mejor carta de la obra. Los personajes irán intercambiándose la máscara con la finalidad de encontrar en los “zapatos” del otro la concreción de un deseo propio. Esta situación genera comicidad, primero por cómo se despliega en el correr de la situación dramática y segundo porque tiene en escena dos actores talentosos como Gigi Bonaffino y Santiago Fraccarolli, que se animan a trastocarse corporal y vocalmente para culminar mostrando el patetismo que encierra la codicia de lo que nunca será y la proyección de carencia que genera ver lo que no se tiene en los otros. Completan el elenco Julia Funari como la Empleda Pública en un acto de generoso histrionismo y Diego Kompel como el Dios Redivivo y epifánico que se nos viene a reír de la muerte en la cara. Ese Dios que al final de la obra y desde 15 centímetros de taco aguja nos da a entender que bien valía la espera del colchón de resortes mientras deja el escenario con una risa sardónica. Nos vamos con la sensación desplegada más arriba: no siempre el fin justifica los medios y que en este caso, los medios justifican el Fin.

 

ESPACIO CALLEJÓN

Humahuaca 3759 (Abasto)

Web: http://espaciocallejon.com/
Teléfono: 4862-1167
Entradas $180 / Estudiantes y jubilados $160. 

Domingos 21 hs.

La desobediencia de Marte, de Juan Villoro, dirigida por Marcelo Lombardero, por Teresa Gatto