El Entenado de Juan José Saer, adaptado y dirigido por Irina Alonso. Por Teresa Gatto

 

Se estrenó El Entenado, novela del admirado Santafecino Juan José Saer, adaptado y dirigido por Irina Alonso, quien  ya había incursionado con maestría en una adaptación escénica del cuento Sombras sobre un vidrio esmerilado del propio Saer. Conocedora de los materiales con los que trabajaría, Alonso eligió  un reparto de excepción  para que la vida de aquel huérfano del Siglo XVI cobre una dimensión dramática que en la mezcla de registros nos deja con la piel erizada y más.


Por Teresa Gatto

“En eso se revelan iguales muerte y recuerdos: en que son,

para cada hombre, únicos, y los hombres que creen tener,

por haberlo vivido en la proximidad de la experiencia, un re-cuerdo común,

 no saben que tienen recuerdos diferentes y que están condenados a la soledad de esos recuerdos como a la de la propia muerte.

Esos recuerdos son, para cada hombre, como un calabozo,

 y está encerrado en ellos del nacimiento a la muerte. Son su muerte.

Cada hombre muere de tenerlos únicos, por-que justamente

 lo que muere,  lo que es pasajero y no renace en otros,

lo que en las muchedumbres está destinado a morir, son esos recuerdos únicos

 que alimentan el engaño

de un rememorador exclusivo que la muerte acabará por borrar”.

Juan José Saer- El Entenado.                                                                                                                                                                    

 

Posiblemente esta sea la crítica más difícil de hacer para esta escriba.  Digo escriba porque como lectora saeriana compulsiva, analítica de la dimensión del tiempo y de la imposibilidad de escribir sobre esa misma imposibilidad de escribir, en los años de Seminarios mis alumnos alumbraron cuestiones que, impresas, sumaron enormes aperturas de nuevos sentidos a esta obra admirable.

Pero Irina Alonso lo hizo de nuevo. Esta vez con una novela, la anterior era sobre un cuento maravilloso, ahora con una novela icónica que tal vez, sea la primera que se da a leer de Saer porque, en ella no existe la maravillosa saga de personajes de “la zona”. Me refiero al Delta del Paraná, a Rincón y al propio Serodino en el que Saer alumbró por vez primera. (La enorme familia de personajes creados por Saer con los que nos encariñamos no están aquí).

Sin embargo, la novela transcurre en las orillas de ese río primigenio y matricial que es el Paraná con sus playas amarillas y sus aguas marrones, de lecho barroso y sin embargo amable.

Alonso consigue con una sagacidad absoluta, comenzar la re-presentación por la mitad de lo que sería la narrativa. Era prácticamente imposible que el narrador protagonista contará todo. De modo que 3 nativos, de la tribu de los Colastiné, presentarán la situación en la que un nave exploradora e invasora se adentra costa adentro después de navegar el Río de la Plata a ese río que imanta la mirada. Avanzados tierra adentro los navegantes no saben que su destino se cumple ahora, ya, en Sudamérica, Lo que sigue es la captura y antropofagia de toda la tripulación, salvo la del grumete adolescente que se hace hombre a bordo. De manera que el espectador que no se haya adentrado a la aventura maravillosa de esta lectura, ya está en tema.

Con el correr de la puesta sabremos cuánto tiempo  permaneció aquel joven grumete entre “los Colastiné” y de las cosas de las  que fue espectador involuntario. La puesta pivotea con sumo acierto entre el pasado y un presente zigzagueante que requiere una atención que no necesita pedir porque los actores en escena no pueden ser más excelsos ni más versátiles.

De modo que ya liberado y “exorcizado”, el Entenado se ganará la vida siendo el protagónico de una obra de teatro trashumante, que cuenta las desventuras y detalles de aquel jovencito que fue capturado “el día que Solís ayunó y los indios comieron” (Borges dixit).

Las vicisitudes de aquellos 10 años, la pregunta ontológica de porque a otros cautivos los liberaban antes, cómo lo eligieron y cuándo y cómo decidieron que ya estaba listo para ir en una chalupa río afuera a encontrar su rescate, están respondidas en la puesta.

Hay algo del orden de la empatía y de la sabiduría en la elección que hacen que Alonso trabaje nada menos que Con Pablo Finamore, Íride Mockert , Aníbal Gulluni y Claudio Martínez Bel. Los tres primeros navegarán en distintos roles, Todos acertados e impecables. La musicalización contará con nólo con 3 artistas afinados sino además con un multiinstrumentista como es Gulluni. Quién tiene a cargo la música y el diseño sonoro, nada menos. El vestuario de Magda Banach, además de su iconicidad, conlleva el confort que el rápido cambio de roles amerita. Y acierta en todos los casos.  



La escenografía diseñada por  Cecilia Zuvialde aporta la dosis justa de clima y espacio en el que se desarrollarán los acontecimientos desde las canoas que invisibles se mecen en el Paraná con muchos utileros detrás, hasta las capas de vegetación que aparece y desaparece según los acontecimientos. De este modo el escenario está investido de la magia de aquel delta y los personajes se lucen de un modo esplendoroso. ¿Qué diremos de Pablo Finamore? Que es todo terreno, que ya está probado que puede ser in indígena, un patrón de circo, un cantor e instrumentista y un excelente narrador que contribuye a mantener al receptor en una atención que no decae porque además el texto permite ciertos gags que consienten hilaridad en el público y bajan los decibeles de una circunstancia nada bella.

Iride Mockert, animal escénico si los hay, asume el riesgo que sus  personajes ameritan, puede ser todo, india, soldado  puede hacer lo que desee, y lo hace. No hay cambio de rol que no cumplimente con excelencia. Pone a disposición de la escena su instrumento sin contaminaciones ni repeticiones.



Aníbal Gulluni, con una voz de ángel que los otros dos personajes logran acompañar con acierto, posee el  perfecto Pysique du role para todo lo que le sea requerido en escena. Un maravilloso descubrimiento para esta escriba.



Con respecto a Claudio Martínez Bel, hay que observar la gradualidad con la que su registro vocal va mutando desde el pequeño grumete (sin impostaciones) al hombre que decidirá su destino luego de muchas circunstancias y su monologo final, lo que hace es madurar, (madurar el ser de su personaje). Nadie puede sorprenderse porque Martínez Bel es un actor pleno (dice la RAE: lleno, entero, cumplid, que no le falta nada). Y si prestamos mucha atención, hallamos la respuesta. Porque esos indios tenían clara su finitud y entonces alguien…




Irina Alonso sale victoriosa de su desafío, no sólo por la oportuna decisión del armado de la una historia maravillosa, sino porque aunque los anaqueles de las librerías (o drugstores) multipliquen libelos sobre una realidad que nadie conoce, Juan José Saer es el mejor narrador del Siglo XX de nuestro país.

Justamente, lo que vale, es en general lo que al pueblo se le oculta. Y lo que se oculta entre otras muchas cosas es que su narrativa contiene a la poesía, como en éste y otros tantos textos de Saer.

Esta crítica no desea abundar en el argumento porque sería un arrebato de lectora insurrecta. No es breve, pero cerraré citando la respuesta que un personaje saeriano da en un carta desde el exilio:

“Como de costumbre, lo importante no se ha dejado decir”.

 

FICHA TÉCNICO ARTÍSTICA

Sobre textos de: Juan José Saer

Versión: Irina Alonso

Actúan: Pablo Finamore, Aníbal Gulluni, Claudio Martínez Bel, íride Mockert

Diseño de vestuario: Magda Banach

Diseño de escenografía: Cecilia Zuvialde

Diseño sonoro: Aníbal Gulluni

Música: Aníbal Gulluni

Diseño De Iluminación: Santiago Badillo

Coreografía: Damián Malvacio

Dirección: Irina Alonso

Duración: 85 minutos

Clasificaciones: Teatro, Presencial, Adultos

TEATRO REGIO

Avda. Córdoba 6056

Capital Federal - Buenos Aires - Argentina

Teléfonos: 4772-3350

Web: http://www.complejoteatral.gob.ar

Domingo, Jueves, Viernes y Sábado - 20:00 hs - Del 23/05/2024 al 11/08/2024

 

 

 

 

 



Canción de Cine Argentino, volver al barrio, dirigida por Emiliano Samar y Carlo Argento, por Teresa Gatto.